Me he dado cuenta de que nuestra memoria es un álbum de olores.
A
toda
página.
A
toda
página.
Me gusta reconocer el olor de mi casa cada vez que vuelvo. En ese 'mi' tan posesivo que sólo usamos para la de nuestros padres. Y la de nuestra familia.
Me gusta encontrar el olor de mi madre al abrir una maleta, el de sus besos de despedida (que éstos también dejan fragancia...)
El olor a tostadas recién hechas, ese también. Son los que me trasladan a un domingo de verano y a una mesa con mi padre. Tan simple.
Me gusta la fragancia característica de mi hermano. El cambio de un momento a otro cuando se hace mayor.
O la de mis tías.
Es la suya. En mi sitio también huele a mis primas, a todas.
Es una que se te queda impregnada todo el tiempo, de cuando nuestros ratos de charla. Les estoy reconociendo desde aquí; incluso cuando no están huele a ellas.
Cada persona está acostumbrada a olerse a sí misma y a la persona a la que quiere. Tanto, que hasta que no te quedas sin olor no sabes lo extraño que te sientes.
Es la suya. En mi sitio también huele a mis primas, a todas.
Es una que se te queda impregnada todo el tiempo, de cuando nuestros ratos de charla. Les estoy reconociendo desde aquí; incluso cuando no están huele a ellas.
Cada persona está acostumbrada a olerse a sí misma y a la persona a la que quiere. Tanto, que hasta que no te quedas sin olor no sabes lo extraño que te sientes.
Y todos esos aromas están en mi álbum; me gusta que ellos conserven su olor,
por lo que yo soy con ellos.
Para seguir recordando. Para no olvidar.
por lo que yo soy con ellos.
Para seguir recordando. Para no olvidar.