lunes, 7 de noviembre de 2022

El rincón

Hay un rincón
en mi mesita
de noche.
Que por el día,
no está.

Hay un cajón
que se cierra
más veces
de las que
se abre.

Y aquella lamparita de ahí.

Porque
en la mesita
todo es
pequeñito.

Una plantita,
el vasito
y el tiempo
que pasé
contigo.

Hay un cabecero
que no me quito
de la cabeza
cuando quiero
empezar
de cero.

Con barrotes
y esposas rosas
enganchadas.
Como quien cuelga
las botas,
o tira la toalla.

Como quien cae
rendido
por no estar
contigo.

Hay un espejo
sin tu reflejo.
Y tu pijama
debajo
de la cama.
El resto está vacío.

Ya no somos nada,
yo al menos,
soy otra cosa.

Hay una mesita
de noche,
que por el día
desaparece.

Su ausencia
me acosa.

Hay un cajón
que se cierra,
porque ha sufrido
demasiado.

Como quien cae
rendido
por no estar
contigo.

Un paso marcado

Ellos volaban sobre sus cabezas y se cruzaron treinta y dos veces en el mismo paso de cebra. Una tras otra.
Ella al otro lado de la calle, expectante. Él en el abismo que suponía estar colgado en la repisa de la acera.

Rodeados de personas que iban acumulándose como ropa sucia en la silla castigada contra la esquina de una habitación tan vacía como repleta de ausencias; gente desconocida, anónimos personalmente indiferentes. Agitaban los brazos de un modo inmóvil y se sostenían elevados, mirándose como si jamás se hubiesen mirado.

Caminaban posados en el suelo sin llegar a hacer pie.
Cada paso suponía un acercamiento violento, un encuentro ansiado desde que se encontraron al otro lado.

Mantenían la respiración, la mirada y los labios sellados, como una puerta oxidada con un candado exagerado. Como un libro que no te dice nada pero te engancha. Como esa eternidad que no dejas de mirar porque nunca termina.

Eran dos completos desconocidos que se intuían, como si en otra vida hubieran sido algo, incluso unidos.Tenían la sensación de haberse conocido y querían saltarse los preliminares. No importaba el nombre, la edad, si estudia, trabaja o viene mucho por aquí. Querían saltarse el' hola, ¿estás sola?' y avanzar hasta el momento del silencio. El instante de mirarse, de comerse por los bordes.

Se cruzaron y junto a sus miradas, casi eternamente, atrapados en un bucle indecente. Ya no recordaban hacia dónde caminaban, ni de dónde venían. Si de una vida agitada, un pasado pesado o un presente acomodado.

Se cruzaron treinta y dos veces en el mismo paso de cebra. Una tras otra. Ella al otro lado de la calle, expectante. Él decidido a dar el paso y volver a encontrarse.