Pensar que se puede virar el sentido para avanzar
con nuevo rumbo
sin necesidad de mirar atrás,
o hacerlo sentado a contramarcha, sin peligro.
Me gusta pensar que hay líneas que implican cercanía, incluso en los trayectos de media distancia.
Que dos trenes saliendo de dos puntos cualquiera pueden encontrarse y reconocerse en un tercer lugar, sin importar la velocidad ni la hora del viaje. Porque siempre hay un último tren. Y un penúltimo. Y quizá el tuyo y el mío coincidan.
Me gusta ver pasar el paisaje a través de los enormes ventanales, tan fijos siempre; nunca es el interior del tren el que se mueve.
Alternar los verdes con los ocres, intuir el mar, observar el viento. Tener la oportunidad de apearme en cualquier estación, poniendo punto y seguido al viaje, y brindar por ello. Tomarme el tiempo necesario en decidir si era a izquierda o derecha donde estaba la casualidad y correr por el andén para atraparla detrás de una puerta a punto de cerrarse. Arriesgando el tipo.
Me gustan los besos y abrazos de despedida que saben a hasta mañana, aunque mañana no sea nunca; también los que no se dan y quedan pendientes, a la espera de una nueva coincidencia. Los "ya nos veremos" a los que sigue un mensaje, una llamada, o un ciento de éstas.
Y las excusas para posponer un viaje que arrastran razones por la cama.