Sospecho que somos un tanto pirómanos. Creamos un juego de cerillas y no pensamos que las brasas podrían consumirlo todo. A veces, si vuelas demasiado alto, ves chamuscarse tus alas; se despegan las plumas una a una, derretidas por el calor insoportable.
Arrastras la maleta por el centro de una ciudad que cada vez se siente más casa, quizá porque de vez en cuando cada domingo va seguido de un viernes y lo que queda entre medias es sólo un ir y venir entre paréntesis.
Cargas sólo con aquello que puedes coger.
Alguien debería advertirnos de lo apropiado de vaciar mochilas antes de querer volver a llenarlas; construir armarios en ese mar de oportunidades perdidas.
Dejarse arder,
Dejarse arder,
y hacer.
Sin miedo. Como si un atardecer nos cayese encima.
Sin miedo. Como si un atardecer nos cayese encima.
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