La memoria endulza las tristezas; hasta el cuchillo más afilado deja de cortar tras un cierto uso. No sé si cicatrizan las heridas o «aprendes a vivir con la desgracia a cuestas», que diría Delibes.
Todo avanza progresivamente según esa nueva teoría de evaluar sin cifras, porque nada es cero o diez, y a algunos días cuesta no sacarles decimales.
A lo que venga sólo le pido maletas vacías que ir llenando poco a poco, y uno o dos cajones en cada destino. Solo pido poder seguir abrazando a la gente que quiero.
A los míos, a los de verdad.
A los míos, a los de verdad.
También, un cuaderno donde anotar esas cosas que empiezo a querer que no se olviden; cada vez confío menos en mi memoria.
Pido cuerda, mucha, porque hay cometas que cuesta mantener a distancia y hay hilos que no quiero cortar. Y viento. Viento que despeine, que levante el vuelo, que nos saque la vergüenza; viento que no tire nuestras hojas, pero por el que merezca la pena perder los papeles. También estrellas grabadas en superlenta, fotograma a fotograma, y algunos ratos perdidos entre cuatro paredes y en horizontal.
Ojalá llegue; ojalá lleguemos. Y que sea de verdad.
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